bifurcación

Con sólo dar ese sencillo paso el concepto de la sociabilidad se desplomaría sobre los hombros obligando a la defensa de una cierta hombría malentendida. Habría que hablar, resguardarse de los ojos vidriosos con alguna estratagema subalterna, clavar la mirada en la campana sanguchera.
Tal vez no fuera demasiado complejo. Los muchachos solían ser respetuosos de un código no escrito y nadie se atrevería a romper el silencio de la campana sanguchera. Eso.
Era sólo un instante de duda. A quién no le pasa. El temor de ser el primero en llegar, el compromiso de incurrir en cortesías vacías y que por un resquicio, por un ojal del saco, quedara al descubierto la desnudez de un hombre en puja consigo mismo, sometido al tormento de ver como el proyecto en el que ha gastado su vida toda le sirve de casi nada ante la elocuencia del alarido de un recién nacido. Esas cosas.
Antes de irse el chivo había dejado saludos para mi viejo, qué cómo está, que mejor que no se haga el artista porque a esta edad, viste, los huesos son blandos.
Sí, qué se yo, o quizá el alma ya está presta a escaparse y se ha hecho de una ruda corteza que por contraste deja en evidencia que el cuerpo apenas si es un poco más duro que el de un gusano, y llega el momento en que uno ya está un poco cansado de arrastrarse y se sacude de envidia añorando el efímero vuelo de la mariposa rica, cuantimenos de ese otro punto de vista, sesgado también, quién lo duda, pero la bronca viene por otro lado, más bien por la frustración que te da saber que no podés aspirar ni a la síntesis, al pecado hegeliano.
-Sí, no sabés las veces que le digo que se cuide, pero donde me descuido llego a casa y lo veo con la pata metido en un balde de hielo porque le da por hacerse el Tarzán y salta desde dos metros. Nada de otro mundo, una torcedura, pero en la cara le adivino que el golpe le ha sacado de lugar hasta la dentadura.
-Eso es. Uno siempre cree que tiene veinte años y que las minas lo miran porque están calientes, pero hay un punto de la vida, no me preguntes cuál, en que se empieza a dar un poco de lástima, y si algo bueno puede verse en uno, la gente normal lo ve como cosa de marcianos. Mirá, se toma un litro de vino en la comida, o manejó seiscientos kilómetros en el Falcon. A mí me da por pensar que en algún chispazo tenés 20 años y ése es el que tenés que agarrar.
Le doy un beso y una palmada de despedida. Por la ventana me pareció que andaban las piernas bailarinas de Julieta y pensé que después de todo no tenía demasiado asunto seguir dando demasiadas vueltas para postergar lo que ya estaba decidido.